Caminos.

Árboles

Una vez más, estás allí: en el punto de partida. Decidiendo si tras el pistoletazo, empezará el pie izquierdo o el derecho. Descartando opciones: el más verde, el que tenga buenas vistas al mar. Un camino lleno de rocas o ¿mejor sería aquel de las baldosas amarillas? Decidiendo si caminar acompasado, descalzo o más bien arrastrando tras de ti una buena polvareda. Decides si irás arrojando pedazos de pan, si pintarás rosas rojas al andar o seguirás las señales de las estrellas. Aún no has empezado y ya estás dudando; rompiéndote los ojos para intentar alcanzar la torre más alta. Para perseguir la liebre que escapa.
Ni siquiera estás cerca de la cuenta atrás y ya miras que tus botas estén bien atadas, que tu cabello esté bien sujeto y que las flores de tu alrededor brillen con fuerza. Ni siquiera es el día y te has aprendido todas las esquinas del mapa, te has memorizado todos los pasos a dar; has seleccionado detenidamente los minutos que gastar.

Y si ahora, te paras a pensar. Ni siquiera has caído en la cuenta que la noche baila, que las nubes oscurecen el alma y que aquello que creías se tornará un remolino. La espiral se llevará tus pasos, tus sonrisas y tus ganas de continuar con el pasar de las páginas. Y al gritar bajo ese manto nadie escuchará. Todo el aire se concentrará y apagará todas las luces que tu habías encendido delicadamente con esas cerillas viejas.
Y tu gritarás, y chillarás con incertidumbre. Y las ratas desde ahí detrás te miran, se ríen y les importa una mierda tus ganas, tu tiempo. Y los pájaros se mofan. Los lobos desde lo alto, hambrientos, agradecerán lo bien planificado que estaba tu camino. Ya que tu, inocente, como siempre, o tenías todo atado con esa cinta azul que llevas siempre. Lo habías escrito cien veces para no olvidarte…

Y al final ¿para que? Para que los lobos, las ratas, los pájaros, las rosas rojas, las liebres, las baldosas amarillas… corran atravesando el fuego y celebrando que tu, no contaste con la noche.

 

Iris Pérez Barrera.

 

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